Todo funciona más o
menos bien, hasta que algo choca con la Luna, y nuestro satélite se rompe en
siete pedazos. Los científicos llegan a la conclusión de que,
en un máximo de dos años, caerá sobre la tierra una “lluvia blanca” que hará
imposible la vida sobre la tierra tal como la conocemos. Los astronautas que ya
residen en la Estación Espacial Internacional, o ISS (apodada también Izzy) han sido informados que se quedarán allí apoyando la llegada de
muchísimas naves más pequeñas, que se adherirán a la estación cargadas de
personas e información, con la que esperan conseguir que la humanidad sobreviva
a la lluvia blanca. Pero la vida en la Estación no va a ser tan fácil; hay
demasiadas circunstancias a tener en cuenta… y además, se trata de personas.
Autor: Neil STEPHENSON – Editorial: NOVA. Barcelona, 2016 – Páginas: 816 – Género: Ciencia Ficción – Público: Adultos
Leí a principios de agosto que
esta novela va a dar el salto a la televisión, retomando un proyecto de 2016
(fecha de su publicación) que se había dejado por su elevado coste.
Así que decidí leer el libro, bastante extenso, que me ha llevado bastante
tiempo, y que me ha dejado… indiferente.
Neal Stephenson (Maryland, EE.
UU., 1959) es un afamado escritor de novela de ciencia ficción, que sobre todo
se centra en futuros con computadoras y nanotecnología. Su fama le llegó con la
extraña Snow Crash, publicada en 1992, de un subgénero literario llamado
ciberpunk, que ya solamente por su nombre me hace evitar asomarme a ver de qué
va.
Esta Seveneves , o Sieteevas
que sería la traducción literal del título, parte de una base que me resultó
muy atractiva: en un mundo cercano a nuestras fechas, algo llega del universo y
choca con la Luna, con tal violencia que nuestro satélite estalla, dividiéndose
en siete partes distintas. En los días siguientes los humanos nos quedamos
viendo el nuevo espectáculo en el cielo, pero algunos científicos llegan a la
conclusión de que en un máximo de dos años se producirá en la Tierra una Lluvia
Blanca, de restos de la deflagración, que aumentará la temperatura del
planeta y hará la atmósfera irrespirable, de manera que la especie humana
desaparecerá.
Rápidamente, después de informar
al pueblo, los grandes líderes mundiales empiezan a prepararse para la
catástrofe. Utilizarán de base para la humanidad la Estación Espacial
Internacional, que muy pronto deberá desarrollarse para recoger nuevas naves a
su alrededor, y establecer nuevos puestos de unión. Recogerán las muestras
necesarias de plantas y ADN animal para, en un futuro o en una nueva tierra que
encuentren, reconstruir la vida como la conocemos. Pero somos humanos, y esa
convivencia no será fácil.
Iremos conociendo así, poco a
poco, a los distintos protagonistas, muchos de los cuales imaginamos que no
sobrevivirán al año Cero, que llamarían luego. Personas de diferentes países, que
por desgracia no tendrán la generosidad ni altruismo necesarios para llevar a
cabo su misión. No quiero destripar mucho más contenido, pero no se puede decir
que el futuro de la humanidad sea muy halagüeño, con los personajes que nos
encontramos.
Pero la novela me dejó indiferente
porque dedica tiempo, mucho tiempo y muchas líneas, creo que demasiadas, a
explicar las características técnicas de lo que se va haciendo en la nave, de
los distintos elementos que crean para solucionar problemas, de las órbitas y
velocidades a las que deben circular, y miles y miles de datos que creo innecesarios,
porque extienden la novela demasiado. Reconozco que – cosa que no hago nunca,
pero nunca – me he saltado páginas de datos hasta encontrar una línea de
conversación. A veces me he perdido, por mi culpa, pero es que son muchas
páginas…
Y lamento profundamente que el
autor no deje resquicio alguno a la trascendencia, a cómo enfrentamos los
hombres a la muerte. Posiblemente el mismo autor no crea en un Dios o una
religión, pero es evidente que los humanos lo buscamos en las horas más
difíciles. Y también es triste la desaparición casi completa del amor, ya que
es innecesario para la reproducción… En el futuro nos pareceremos a robots, según
Stephenson. Triste.
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